¡Que los niños lean!
Enseñemos a los más chicos a relacionar la lectura con el placer. Los adultos quieren que los niños “lean”, muchas veces, cuando ni ellos mismos lo hacen…
Es así, no hay vueltas, los adultos quieren que los niños “lean”, muchas veces, cuando ni ellos mismos lo hacen…
Todos sabemos que “leer hace bien”, pero… ¿por qué? Porque estamos convencidos que la lectura, además de generarnos una buena ortografía y un perfeccionamiento de nuestro modo de comunicarnos, tanto escrito como oral, nos abre las puertas de la reflexión, de la crítica, del conocimiento interior, y aún más, de la fantasía, del conocimiento de los demás, dentro y fuera de nuestra sociedad, y nos introduce en la cultura y el pensamiento universales, fomentando, también, nuestra propia creatividad y capacidad selectiva, para desarrollar criterios exigentes sobre la calidad, lo que permite establecer diferencias sobre el mercado de consumo. El lector se convierte así en un referente sobre la mediocridad.
Por todo ello, ¡queremos que los niños lean! Muchos pensadores creen que se incentiva a los niños con el ejemplo, otros, jugando, y otros van más allá, explicando, con una visión biológica de los hábitos, que el ser humano lleva en sus genes el gusto por la lectura, con lo cual, para estos últimos, el hecho de sobrevalorar la contribución de los padres se convierte sólo en un mito cultural.
Lo cierto, y esta es mi opinión, que nunca un chico debe relacionar la lectura de un libro con una obligación o un castigo. No se puede, en este caso, construir el hábito a la fuerza, sino con estrategias creativas que los lleven a desarrollar ese acto maravilloso que despierta la imaginación y la inteligencia, y que, como ninguna otra fuente, lo hará volar más allá de su realidad limitada.
Hace algunos años, visitaba el bar donde dirijo mis talleres, una nena muy pobre, vendía pañuelos descartables a la mañana, y por esa empatía natural, que obligatoriamente nos lleva a comparar una vida con otra, me acerqué a ella, y pudimos establecer una conexión sin pretensiones, pero diaria; eso me permitió conocer la fecha de su cumpleaños y regalarle… un libro. Le dije que si no dejaba la escuela, a la que acudía de tarde, cuando sus padres no la enviaban a mendigar, yo le prometía que le iba a regalar uno cada vez que me trajera la libreta de calificaciones, y ese pacto duró varios años… La posesión de un libro se le presentó como un premio, y ella comenzó a valorarlo así. Había algo que las dos teníamos por igual, sin importar dónde vivíamos, nuestra ropa o lo que hiciera cada una. Hace mucho tiempo que no la veo, pero estoy segura que la idea del “libro tesoro” no fue en vano.
Por otra parte, al ver la cantidad maravillosa de posibilidades que traen los libros infantiles hoy (con música, con formas de animales, con útiles para colorear incluidos, con ventanas y páginas plegables, por nombrar algunas variantes), me doy cuenta que existe un número importante de gente especializada, abocada a la tarea de conectar el hábito de la lectura con la diversión y el entretenimiento, entonces… ¿qué aleja, en un momento impreciso, su atención de los libros? ¡La tecnología! Dirá algún colgado… No lo creo… la tecnología ha abierto un campo increíble de oportunidades. Si bien el objeto-libro es nuestro cálido compañero irreemplazable, ¡podemos generar el hábito a través de medios que a ellos les resulten más familiares hoy!
Demos el ejemplo, que nuestros chicos nos vean leyendo
Tampoco creo que los argumentos carentes de la tecnología habitual en los niños actuales, como la computadora, el Ipad, o el Iphone sean un escollo. Es cierto que en el noventa por ciento de los casos, las historias de las novelas o de los cuentos clásicos se complican por falta de comunicación o desencuentros (el príncipe llega tarde, y el hechizo ya cobró su víctima), y hoy se solucionarían en el primer capítulo, con un buen celular en lugar de espada, pero si así fuera, ninguno de nuestros congéneres se hubiese sentido pirata o princesa, cuando estábamos a millones de kilómetros en espacio y tiempo de serlo.
La realidad nos apremia y, como sea, debemos continuar en el esfuerzo de intentarlo todo: regalemos libros, ¡muchos libros!, demos el ejemplo, que nuestros chicos nos vean leyendo, no importa el momento, sentados en un sillón, en la playa, bajo un árbol, o con un libro en el bolso. Dediquemos un rato a leerles algo que pueda interesarles, y pidámosles su opinión; no les demos sermones sobre la importancia de la lectura; llevémoslos a la biblioteca (y no como premio a ello, después, les compremos un helado; que sea al revés, “si te tomás todo el helado, vamos a pasear a un lugar misterioso, porque allí conviven todas las historias de los hombres”)
No nos dejemos estar, enseñémosles a relacionar el hábito de leer con el placer, que es el camino para que amen, en el futuro, una biblioteca como la mejor pared del mundo…
Autor: Patricia Bottale - Escritora - - Imagen: original Abrecuentos, en París